jueves, agosto 16, 2007

Les dieron hasta cachitos pero a las 8 se habían ido



Menos de una hora aguantó el pueblo chavista en las afueras del Palacio Legislativo el discurso de su líder, Hugo Chavez Frías, sobre la reforma constitucional. A pesar de los cachitos que les dieron a las 8 ya no había nadie.

Lo cuenta Sara Carolina Díaz en El Universal:
Desde tempranas horas de la tarde seguidores del Presidente se instalaron en las puertas laterales del Capitolio para respaldar los cambios constitucionales. Los manifestantes, todos de rojo, muchos provenientes del interior del país, portaban pancartas de apoyo a los cambios como “Cojedes con la reforma constitucional” y “Apure con Chávez”. La música repetida de Alí Primera animó a los presentes, que a las 6 p.m. ya comenzaban a mostrar signos de cansancio y a dispersarse hacia la plaza Bolívar y la avenida Urdaneta, donde a la altura del BCV apostaron uno de los muñecos “Chávez” gigantes.
Al caer la noche el pueblo fue complacido con unos cachitos y botellitas de agua revolucionarios, que al parecer no dio suficiente fuerza como para aguantar hasta que el proponente y Presidente culminara su discurso. A las 8 de la noche sólo quedaban las tarimas y las cornetas con los pendones alusivos a Chávez y su gestión, así como uno que otro militar aburrido. Un grupito aguantó en la entrada norte hasta después de la medianoche, cuando culminó la sesión.
Puertas adentro, los cadetes observaban en la pantalla al Presidente mientras explicaba en qué consistían los distritos funcionales. Poco después el mismo mandatario, muy consciente de su verbo y sus tiempos, dio luz verde para partir a descansar. Todos se marcharon.
A eso de las 11 de la noche sólo quedaban los diputados, los periodistas y los empleados de la cocina, que por orden presidencial debieron ingeniárselas para evitar que el hambre atacara a los legisladores. Varias bandejas con sándwiches se vieron entrar al Hemiciclo Protocolar para satisfacción de los diputados, ministros, gobernadores y estudiantes invitados. Los gobernadores Didalco Bolívar y Ramón Martínez no se vieron por ningún lado.

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